La niebla
Mi madre se enmudece, pierde palabras, dice se fueron a..., ellos con la prima de..., trajeron una... No encuentra las palabras, una cabeza sin lenguaje. Su inexactitud de siempre, pero cada vez más grave. Y el mundo pierde nitidez, todo se vuelve difuso, las cosas ya no tienen borde, como perder la vista.
Si las cosas pierden su nombre, entonces el límite de las cosas se desdibuja: el plato no tiene nombre, no tiene borde, es una sola cosa con el individual que tampoco tiene nombre. Por eso ella agarra todo para levantarlo, agarra lo levantable, agarra el individual y lo levanta junto al plato, para llevar todo a la cocina. Quería hacer un licuado con las frutas que tenía en el plato. Las cosas pierden su nombre y se pegan a las cosas vecinas. Se funden, se confunden.
Perder el habla no es sólo mudez, es perder símbolos, conceptos, la capacidad de entender el mundo. Perder el lenguaje es perder la realidad. Irse hacia adentro a una soledad sin los otros, sin uno mismo, alejarse del propio pensamiento, hacia zonas de niebla, perderse hasta del propio dialogante, el interlocutor fantasma, el único amigo que nos soporta, el uno mismo ausente.
Y así en la niebla el miedo avanza, no hay conceptos claros que lo frenen, no hay "esto no es verdad, todo está bien", no hay palabras de escudo, no hay paredes semánticas, cerrojos, todo es nada y esa nada es fácil de penetrar por los fantasmas. Son cuarenta, dice mamá, son cuarenta. ¿Los qué?, ¿quiénes son cuarenta? Son cuarenta, repite, están todos ahí. Los cuarenta ladrones quizá o quizá no, pero son cuarenta y meten miedo en el alma de mi madre, en su tranquilidad, en su vida de mujer querible, todo el miedo entrando, espantando la luz que ella tenía, llevándose su risa.
El miedo atraviesa la niebla, la nada. La niebla es toda caminos, entradas en lo frágil que uno es, lo vulnerable sin piel. La niebla es no tener piel, ni manos para frenar el miedo. No hay poema en la niebla, sólo hay ese grito monstruo de querer gritar en sueños, un grito sin palabra pero que quiere ser palabra, un grito horrible, mundo sin voz, mundo sin lengua, mundo mudo, madre muda.
Ella parada y se van llevando muebles, los muebles del lenguaje se los llevan al hombro las hormigas de su enfermedad, cargan palabras y se las van llevando, la despojan, la mudan, y ella se queda parada en la casa vacía de su vida, de su respiración.
Es horrible, pudo decirme un día, es como quedarte solo en medio de la gente jugando en un rincón con una pelotita. Pudo decirme eso.
Pedro Mairal