Finales

Por estos días funciono replegada, en modo ahorro de energía. Estoy en la Costa Brava, llegué por trabajo hace semanas y me quedaré bastante. Cada mañana salgo a correr junto a campos de colza y pasturas verdes, eligiendo los caminos llanos. Me cuesta entender qué destino darle a toda esta belleza, hacia dónde traficar este paisaje. Por eso me repliego y lo consumo de a poco, para que dure más. En algún momento terminará –terminarán el cielo y el mar y el lebeche y la tramontana y las rocas como animales castigados por las olas al pie de la casa en la que vivo-, y eso me hace pensar en los finales. Aquí leí un libro magnífico, El sermón del fuego, de Jamie Quatro, una historia enervante en la que se mezclan la culpa católica y el éxtasis amoroso. Tiene una estructura admirable, es salvaje y, sin embargo, al final se estrella y termina como si fuera una película con Jane Fonda envuelta en una pashmina color crema mirando un lago. Lo mismo pasa con La nueva vida de Tobby, una serie que vi por StarPlus. Tiene ocho capítulos. Los seis primeros son originales, oscuros, crueles. El siete podría ser bueno si la serie continuara diez más y reconfigurara la historia. Pero termina en el ocho, que es moralista, complaciente y fallido. Hay un verso corto de Sandra Lim que dice: “El cuento tiene dos finales./ Hay un final/ y hay otro./ ¿Me escuchás?/ No me da el corazón/ para elegir”. Siempre tiene que dar el corazón si uno vive su propia historia y no la de otro. Quizás sobrevaloro los finales. Tendemos a pensar en el final con mucha pompa. El final de un amor, el final de un matrimonio (no es lo mismo), el final de una sinfonía. A veces, simplemente, se trata de que hay que terminar las cosas, y en ocasiones no existe una manera virtuosa de hacerlo. Supongo que lo que quiero decir es que mientras vivo aquí y me despierto mirando gaviotas y respiro el aire de los pinos sé que todo esto tendrá un final y que será un final desastroso porque tendré que irme y que, aunque regrese, nunca podré regresar a este mismo tiempo y con esta misma vida y siendo la que soy ahora, pero no por eso voy a renunciar a leer hasta el último renglón de sus páginas, ni voy a dejar de ver hasta el último minuto de todos sus capítulos, ni voy a dejar de clavarme en la memoria todas las líneas de este guion antológico y guardaré, hasta último momento, la estúpida esperanza de que todos los caballos salgan de sus corrales para impedir que me vaya, que los ecos de amores lejanos dejen de llamarme así, que se olviden de mí como yo me olvidaré de ellos con el tiempo y la distancia y nos chamusquemos cada uno en solitario, yo junto al cielo y el mar y estas piedras y este sol apabullante. No va a suceder. Pero debería. Siempre hay que pedir más luz. Déjenme arder.